17,6 puntos, 8,9 rebotes, 2,7 asistencias, 2,1 tapones
'Celebrating Pau Gasol', como hicieron los Lakers hace unos días
Pau Gasol ha sido parte de mi vida, diría que lo que más se asemeja a un ídolo deportivo. Son ya más de 20 años de relación, de la que yo tanto sé, de la que él no sabe nada.
Del inicio solo guardo fotogramas inconexos, escenas sueltas. Tenía, yo, 11 años. Flashes de la Copa del Rey de Málaga, de la final de la Liga ACB 2001, de una revista oficial de la NBA en la que se hablaba de lo que podía hacer en la liga y de lo que no; de si sería más que Fernando Martín, o no. Más flashes: del regreso de Michael Jordan, de Allen Iverson, de Sportmanía. De, claro, Montes y Daimiel. De aquellos Sacramento Kings.
A partir de ahí, Pau tornó en obsesión. Pasaba a las tardes por la oficina de mi madre a ver las estadísticas de la madrugada anterior. Era encender el ordenador, entrar a una página del a NBA bastante más rudimentaria que la actual y, directamente, acudir al box score del partido. Daba igual el resultado, todo lo demás. Lo crucial era ver lo que había hecho. Tal importancia le daba a los números, la forma que tenía de seguir a Gasol, que tengo grabadas a fuego las medias de su primer año: 17,6 puntos, 8,9 rebotes, 2,7 asistencias, 2,1 tapones. Me las sé así, de memoria, como me acuerdo de los teléfonos de las casas de mis mejores amigos.
Recuerdo estar cabreado con Hubie Brown porque no le diese más minutos. Con James Posey por creerse mejor que él y con Gordan Giricek por lo mismo. Conozco todas las posibles parejas interiores que tuvo en esos años: Jake Tsakalidis, Stromile Swift, Lorenzen Alitas de Pollo Wright, Tony Mazas Massenburg, Mike Batiste, Bo Outlaw, Robert Archibald. Siento, todavía, la conmoción que provocó el cambio en los bases de la plantilla, cuando Earl Watson adelantó a Jason Williams en la rotación. La llegada de Bonzi Wells, el fichaje de Mike Miller, las lesiones de Michael Dickerson, los triples de Wesley Person.
Me frustraba, como tantos, con que Pau no pudiese competir por los anillos, con que perdiesen no sé cuántos partidos seguidos en playoff. Hasta que, en esas, llegó el traspaso a Los Ángeles Lakers, y el panorama cambió. Gasol jugó sus primeras finales conmigo haciendo selectividad. Las pude ver, claro. Paul Pierce lesionado, Paul Pierce saliendo a hacer bicicleta, Paul Pierce que la lía y Gasol que se queda sin anillo.
Pero, aquí, el artículo toma un desvío. Porque este tipo de panegíricos deportivos, estas columnas acerca de un jugador que se retira y nos hace ver que somos mayores, que nos quedamos solos y sin ídolo, suelen ser todas iguales. Bañadas en brochazos gordos de melancolía y dedicación incondicional. Pero esta no quiero ni creo que sea así. Esto es más como una relación de esas a las que le cantan Los Rodríguez, con sus más, sus menos, sus risas y sus cosas que, qué coño, hicimos mal. Y yo, a Pau, le fallé como fan.
A partir de esa primera derrota en las finales de 2008, se dio un cambio: si antes era demasiado joven para aguantar despierto y ver sus partidos, a partir de ahí llegué a una edad en los que me pillaban siempre fuera de casa. Poco vi de los dos anillos históricos que se llevó con los Lakers, me quedé sobado al llegar a casa en la final de los Juegos de 2008. Y qué clase de fan hace eso, por favor.
Tardé en conectar con él en sus últimas etapas en los Lakers, le hice ojitos a un Ricky Rubio que resultaba bien sabrosón, y no volví al redil gasoliano hasta que llegó Chicago. Ahí sí, otra vez, la misma rutina: vigilar estadísticas, ver resúmenes, partidos. Ese duelo contra Francia en el Europeo que siempre utilizaré como argumento definitivo para decir que es el mejor. San Antonio, Charles Barkley afirmando que aquellos Spurs con las tres torres —Pau, LaMarcus y Kawhi— iba a destrozar a los Golden Sate Warriors (…). La decadencia, tres partidos en Milwaukee, la parecía que retirada que no estaba a su nivel en Portland.
Y, al fin, volvió al Barça para retirarse en su casa, círculo perfecto. Por tercera vez, volví a vigilarlo de cerca, como de niño. Repasando las estadísticas, comprobando que no estuviese arrastrándose, que cuidase ese legado que para mí era tan importante. Hasta me di de alta en DAZN solo para ver la Final Four en la que tuvo su oportunidad de ganar la Euroliga con el Barça. Buen primer partido, mal segundo. No pudo ser. Y, último verso, esa medalla olímpica, de bronce, con 41 años.
Anunció su retirada después de ese verano, pero yo no sentí el final hasta hace unos días, cuando a Pau le retiraron la camiseta en Los Ángeles en un momento, sin exagerar, mágico. Estaban allí presentando sus respetos Kareem Abdul-Jabbar, Magic Johnson, Jimmy Butler, toda su familia, la familia Buss y la familia Bryant. Phil Jackson, Lamar Odom y como quiera que se llame ahora Ron Artest. Toda la ciudad de Los Ángeles, con los dos números de Kobe allí presentes. Un homenaje, de los de verdad.
Ese sí fue el momento que, quién sabe por qué, viví como el final de un largo paseo, de todos esos años de relación. Vi, por fin en perspectiva, una carrera fuera de cualquier límite imaginable 20 años atrás. Sentí que se me cerraba un círculo vital en paz. La satisfacción similar a cuando comienzas un texto y lo finalizas de forma redonda. Respirar tranquilo al ver que mi ídolo, con el que había comenzado a caminar hace años para ir juntos a veces, separados otras, se había convertido en leyenda.
Y aquí, otra vez, podríamos caer en la típica y melancólica y nostálgica conclusión de todos estos textos: la de que nos hacemos mayores, y nuestros ídolos mueren, y ya nada es lo mismo, y bla, bla, bla, columnista rancio, bla, bla, bla. Pero no, porque esto me parece motivo de celebración, de alegría. He podido recordar los momentos que disfruté con él, también en los que no estuve. Ha sido, no sé, como una relación normal, con sus idas y sus venidas, hasta que después de todo hemos llegado al mejor final que se podía esperar. Y qué mejor.
Por eso de que la cabra tira al monte, hoy fui a mirar la estadísticas de toda su carrera en la NBA. Quedaron en 17,0 puntos, 9,2 rebotes, 3,2 asistencias, 1,6 tapones. Él siguió toda su carrera con sus números, yo con mi obsesión por ellos. Con la diferencia de que él no podrá seguir repitiéndolos y de que yo, estos, no creo que los vaya a recordar. Si 20 años después te vuelvo a encontrar en algún lugar —que cantarían aquí Los Rodríguez— no te olvides que soy distinto de aquel, pero casi igual.
Ya que nunca se lo voy a poder decir, lo digo aquí: ha sido la hostia, Pau.