Angel Reese, Caitlin Clark y otra gran novela americana
El deporte y cómo hacer divertido lo importante
Dice Benedict Anderson que las naciones se imaginan y si se relatan y toman consciencia de sí —entre otras cosas— en mitos, en relatos, en novelas. A todo ello, creo, habría que sumarle el deporte, que no es más que otra forma de contar historias.
Una con excelente pinta tuvo su primer capítulo el pasado domingo 2 de abril, día del duelo entre LSU y Iowa, entre Angel Reese y Caitlin Clark. Una final de la NCAA en la que ambas —las jugadoras, las universidades— buscaban su primer campeonato. El partido más visto en la historia del básquet universitario femenino. Otro antes-y-después para la canasta y la mujer y los EEUU.
El papel de protagonista principal era para Caitlin Clark, la sensación del baloncesto femenino norteamericano actual y, puede, la mayor revolución que vivirá esta época. Objetivo de las principales universidades del país desde los doce años, llamada a cambiar el juego como Stephen Curry lo hizo en la NBA, la primera mujer que ha hecho de los triples from the logo algo habitual. La temporada de su debut universitario, la 2020/21, Clark acabó el año con una media 26,6 puntos y el título de máxima anotadora de la División I de la NCAA. Honor que repitió al siguiente curso. Y ya en este tercero, además de irse a los 27,8 puntos —y un 38,9% en triples tirando casi diez por partido, mucho de ellos estratosféricos—, Clark dio un nuevo paso adelante: llevar a Iowa, contra pronóstico, a la susodicha final de la NCAA.
Caitlin Clark es blanca, como la gran mayoría del equipo de Iowa. Como la grandísima parte de la ciudad de Des Moines, como la inmensa mayoría del estado de Iowa, donde nació y se crio.
Nacida el mismo año que Clark, Angel Reese fue igual de vigilada y seguida desde el instituto por las universidades con más pedigrí en esto del básquet, pero es las antípodas como jugadora. Un prototipo de estrella más clásico, diríase. Interior, con un físico envidiable, competidora al extremo, la mejor reboteadora ofensiva del campeonato femenino, gran defensora. Acabó esta temporada con promedios de más de 25 puntos y 15 rebotes, de casi 2 tapones y 2 robos. Fue la principal razón para que Lousiana State University, o LSU, que queda más molón, se convirtiese en la otra finalista del campeonato.
Angel Reese es negra. Nacida y criada en Baltimore. Cultura afroamericana, ya se sabe. The Wire, The Corner, Carmelo Anthony y Muggsy Bogues y Angel McCoughtry. Como afroamericana es la historia de su universidad, LSU. Ya se sabe, también: Shaquille O’Neal, Mahmoud Abdul-Rauf, una Seimone Augustus que era swag en el parqué y, claro, un Pete Maravich que fue el blanco más negro jugando a básquet.
A este antagonismo perfecto solo le faltaba la chispa que lo encendiese todo, y esta salto dos días antes de la final. En una semifinal en la que estuvo imparable e hizo que Iowa diese la campanada ante una South Carolina que eran favoritísimas al título, Caitlin Clark dio toda una lección de trash talk. El gestito de John Cena de que si ahora no me ves, el paso de defenderte porque no la vas a meter. Chulería, pero de la de verdad, de la buena, no como Dillon Brooks. De paso, también una lección de baloncesto: 41 puntitos.
Cuando parecía que tenía muy cerca la gesta, llegó la final, su equipo se vio superado por LSU, Clark no pudo dar el nivel de otros días y Angel Reese, su antagonista, le devolvió el trash talking que le había dedicado dos días antes a sus compañeras de conferencia. Ahora eres tú la que no me ves, yo voy a tener un anillo y tú. Afrenta devuelta.
Tras la victoria de LSU y los gestos de Angel Reese, la palabra classless —poco elegante, falta de clase— fue trending topic en Twitter en referencia a la jugadora de Baltimore. Cosa que no había pasado con los de Clark previamente. A los días, Jill Biden, primera dama de EEUU, dijo que las dos universidades deberían ser recibidas en la Casa Blanca, honor que solo suele corresponder a las campeonas.
Ahí, surgieron muchas preguntas —¿se generaría todo este revuelo si Angel Reese no fuese negra y, como ella misma dijo, demasiado del ghetto? ¿Por qué no se le criticó lo mismo varios días antes a Caitlin Clark? ¿Se montaría una como se montó si fuesen dos hombres, en vez de dos mujeres, las que protagonizasen el pique?—, pero más importante que responderlas es cuestionar qué país plantean. Porque los relatos así, las novelas que se relatan en el parqué o en el césped o donde sea, también hablan de algo más que la simple rivalidad, esta de Clark y Reese, que todavía tiene un año más de universidad por delante y apunta luego a la WNBA.
Antes de nada, dos pequeños apuntes.
En las semifinales de la NCAA de 1964, la universidad elitista, rica y blanca de Princeton, liderada por Bill Bradley —blanco e hijo de un banquero de bien—, se enfrentó a la Universidad de Míchigan, pública y liderada por Cazzie Russell —negro y nacido en un barrio de inmigrantes sureños en Chicago—. Ganó Míchigan, pero Bradley se llevó todos los aplausos en una época en la que el racismo estructural buscaban a su gran esperanza blanca. El chico que demostrase que ellos, el poder, lo debían ostentar por el simple hecho de ser superiores.
En la final de la NCAA de 1979, el muy tímido y muy introvertido Larry Bird salió de un pueblo pequeño de la muy rural y muy blanca y muy conservadora parte sur de Indiana para liderar a la muy pequeña universidad de Indiana State a la final de la NCAA. Enfrente, estaba la Michigan State de Magic Johnson: negro, espectacular, carismático, ejemplo de los antiguos esclavos del sur que habían emigrado al norte para encontrar cierta prosperidad. Era, otra vez, la búsqueda de the great white hope, pero con matices. Había, quince años después del de 1964, una reinterpretación, un relato de clase: el blanco ya no era parte de una élite, sino el hijo de una familia desestructurada, pobre y procedente de una América olvidada.
Que ahora, en 2023, Caitlin Clark y Angel Reese hayan reinterpretado esta saga de novelas NCAA a su manera no es baladí. Importa lo que no ha cambiado y lo que sí. Es relevante que EEUU se siga contando de diferentes maneras, desde el rural y desde lo urbano, desde lo blanco y lo negro, desde las brechas que rompen el país. Es relevante que ahora lo hagan mujeres, y que estas reivindiquen su derecho a no ser perfectas y ser igual de poco elegantes y limpias y educadas que sus contrapartes masculinas. Es relevante que su antagonismo se hiciese titular de medios ese fin de semana, por encima de la final masculina de la NCAA.
Creo que era Martín Caparrós el que decía que la crónica era una forma de contar de manera entretenida algo que es importante dar a conocer. Hacer divertido lo relevante, o algo así. El pasado 2 de abril, en la final de la NCAA, esa frase también se pudo aplicar al deporte.