Dionisio y Apolo en bicicleta
El estreno promete: hablo de ciclismo (tema en el que no soy un experto) y mitología clásica (de lo que todavía sé menos).
Hay una idea a la que llevo tiempo dando vueltas: Mathieu van der Poel es Dionisio, Wout Van Aert es Apolo. Esa dicotomía sería la base de la que, para mí, es la rivalidad más excitante del mundo del ciclismo masculino.
Y me explico.
Ni mucho menos soy experto en mitología o filosofía clásica, pero Guillaume Martin sí. El ciclista francés es un personaje curioso. Para definirlo, qué mejor que una palabra de su propia cosecha: ciclósofo. El del Cofidis ha sido Top10 en el Tour, escucha programas de debate filosófico mientras entrena y es licenciado en filosofía por la Universidad de París-Nanterre. Colmo de su excepcionalismo, Martin escribe libros. Uno de ellos está publicado en castellano: Sócrates en bicicleta (Libros de Ruta, 2021).
En Sócrates en bicileta, las reflexiones personales de Guillaume Martin sobre el mundo del ciclismo profesional se entremezclan con la narración de un Tour de Francia ficticio, en el que pensadores históricos ejercen de corredores. Marx promueve huelgas en el pelotón, Nietzsche ataca de lejos a base de pura voluntad, Sartre dirige al equipo francés. Y Sócrates, prota y líder, alecciona a sus gregarios: Platón y Aristóteles.
El libro tiene partes divertidas, otras interesantes. Quizás, la que más me llamó la atención es en la que Guillaume Martin hace una distinción entre los componentes dionisíacos y apolíneos del deporte. Así dicho, el tema puede resultar denso, pedantillo. Puede sonar a venga, no te flipes. Pero no.
Lo apolíneo y lo dionisíaco en el deporte
Seguidor de Nietzsche, Martin traslada al deporte la dicotomía que aquel encontraba en el arte entre Apolo y Dionisio. Para el ciclista (y aquí tiro de memoria) la práctica de un deportista sería algo así como un 90% apolínea y un 10% dionisíaca.
Porque Apolo es el dios griego para las proporciones perfectas, el equilibrio, la armonía, el orden, la razón. Un saco en el que entrarían las miles de horas de entrenamiento, las sesiones de vídeo, la repetición de series y series y series del mismo ejercicio. Es la capacidad de sacrificio, el estar siempre donde hay que estar, el estudio, la búsqueda de la perfección.
Pero, a su vez, el deporte de élite guardaría un rincón para la sinrazón y la locura. Para dejar a un lado el raciocinio, o lo tantas veces entrenado, o lo que se supone que se debe hacer para actuar por intuición. Para todo aquello que no se practica y simplemente se vive. Esa parte que le pertenecería a Dionisio, dios del vino, la emoción y el caos.
Y si apolínea era para Nietzsche la escultura, apolíneos son los años de Ana Peleteiro en Guadalajara antes de la medalla de plata en Tokio, o la mecánica perfecta de Ray Allen para ganar un anillo. Apolíneo eran Busquets-Xavi-Iniesta, Roger Federer en todo su conjunto.
Y si dionisíaca era la música, dionisiacos son Diana Taurasi o Stephen Curry entrando en trance a base de triples inexplicables. Dionisíaco es el Santiago Bernabéu en una noche de Champions. Es Matej Mohoric bajando el Poggio como un auténtico descerebrado.
Apolíneo es Wout Van Aert.
Dionisíaco es Mathieu van der Poel.
Van der Poel, lengua fuera, en modo dionisíaco (Live Media, ID: 1469978690)
Mathieu y Wout; Wout y Mathieu
Bajo mi punto de vista, pocos personifican esa dualidad deportiva de la que habla Guillaume Martin como el belga y el neerlandés.
No hay nada que me haya enganchado tanto al ciclismo en los últimos tiempos como las cabalgadas de van der Poel en Siena, en Roubaix, en la primera semana del Tour 2021. Me seduce esa parte irracional, el espectáculo de que su cabeza haga chas, y todo se incendie y que un pelotón organizado se convierta en un reguero de almas en pena entre asfalto o adoquines.
La cara de Mathieu van der Poel me gusta casi tanto como su cruz. Su tendencia a no estar bien colocado, a ganar cuando parece imposible y fallar cuando lo tiene en la mano. Quizás, lo que mejor define a MDVP es su caída en los Juegos Olímpicos por no saber que no había un puente donde ya le habían dicho que no lo había.
Por contra, Van Aert es su antítesis. Es el ciclista perfecto, un gregario de lujo, yerno de diez. Escala con los mejores, ayuda a Roglic a llevarse una París-Niza, y gana cronos, sprints y el Mont Ventoux en el Tour. Pero adolece de ese punto de locura. De dejarse llevar. De, en vez de cerrar huecos hasta el infinito, pasar al ataque y crecerse en las citas grandes y dejar que todo explote a su alrededor.
El mes de abril
Ahora que llega abril, empieza la época de los duelos entre Apolo y Dionisio, con su Tour de Flandes y su París-Roubaix. Donde los dos se vigilarán mutuamente, a veces prefiriendo perder para no dar al otro opción de ganar. Tal y como llevan haciendo desde que eran juniors en ciclocross. Tal y como hicieron en la Milán-San Remo del pasado sábado.
Nietzsche, en su búsqueda del momento histórico en el que el arte dionisíaco y el apolíneo no se habían pasado a entender como algo antagónico, se sumergió en las tragedias de la Antigua Grecia. Allí residía un politeísmo que consideraba beneficioso. La mezcla de la belleza de las formas, perfectas, con una pasión más desmelenada, la del ritmo. Y al respecto, escribió:
“…esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado de otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra «arte».”
El ciclismo, creo, es el deporte que mejor se da para hacer paralelismos con la vida. Tanto, que esa cita de Nietzsche bien podría ser la crónica de Carlos Arribas para El País acerca de la próxima París-Roubaix. Ahí estarán Apolo y Dionisio, Van Aert contra van der Poel, la razón contra el instinto. Dos formas de entender el ciclismo, el deporte, la vida; que tendrían menos sentido la una sin la otra. Entre las que, efectivamente, se tiende un puente común llamado arte.
Qué ganas de que llegue abril, coño.
Intentaré que Coast to Coast sea una newsletter quincenal, que saldrá cada dos viernes. Pero dado que no soy lo más apolíneo del mundo, vaya con antelación: lo siento por cualquier retraso. Por el resto, se agradece cualquier suscripción o comentario.