Lusia Harris, Brittney Griner y una rueda que gira
La búsqueda de igualdad en el deporte es como el horizonte aquel de Galeano: a cuanto más se avanza, más se escapa.
El deporte no tuvo más que una pequeña ventanita en la pasada gala de los Oscar. Fue con el premio al mejor corto documental para The Queen of Basketball, un relato sobre Lusia Harris, precursora del básquet femenino en EEUU y fallecida el 18 de enero de 2022. El discurso de agradecimiento por parte de su director, Ben Proudfoot, se cerró con una petición: “Presidente Biden, traiga a casa a Brittney Griner”.
Ahí, en un minuto, asomaron las que pueden ser las dos jugadoras más dominantes en la historia del baloncesto. La pionera Lusia Harris y su equivalente actual: Brittney Griner, pívot de la imbatible selección de EEUU, de las Phoenix Mercury de la WNBA, del UMMC Ekaterimburgo ruso.
Ambas figuras guardan ciertos paralelismos. La dominación. Un físico avanzado a su era. Pero, sobre todo, un aura de silencio. Porque la carrera de Lusia Harris vivió sumida en él. Incluso su último coletazo, ese con forma de Oscar, acabó doblemente silenciado: por una bofetada y por el hecho de que los productores del documental eran Shaq y Curry. Tal y como el silencio se sigue llevando la trayectoria de Brittney Griner, que está retenida desde el 17 de febrero en una prisión rusa, acusada de entrar con aceite de hachís desde EEUU.
Echando un vistazo a sus carreras se advierte que ese silencio, que las rodea a ellas y otras tantas, es cada vez menos estruendoso. Pero ahí sigue. Y es mejor mentalizarse con que seguirá.
Lusia Harris
La historia de Lusia Harris es de traca. Negra y nacida en el año 1955 en Mississippi —con todas las dosis de racismo que conllevaba asumir—, su 1,91 metros de estatura la encaminaron, casi que por obligación, a ser jugadora de básquet. Y lo fue. Puede que la hasta la mejor.
Entre 1973 y 1977, Lusia Harris ganó tres de los cuatro campeonatos universitarios que disputó con la Universidad de Delta State, dominó como ninguna a base hacer 30 puntos y 15 rebotes por partido, anotó la primera canasta de una mujer en unos JJOO —en Montreal 76— y es la única en haber sido seleccionada en el draft de la NBA masculina: lo hicieron los New Orleans Jazz, en 1977.
Y sin embargo.
Y sin embargo, hasta hace unos meses, pocos la conocían fuera de Minter City, Mississippi. Y, sin embargo, Lusia nunca pudo ganar un dólar gracias a su talento, pues no existían competiciones en EEUU que se lo permitiesen. Y, sin embargo, cuando la visité en su casa del Delta del Mississippi en 2019, me dejó una frase grabada en la memoria: que no pudo ver básquet en la tele durante años, pues se ponía enferma. Enferma de no poder vivir del deporte al que fue tan buena, quizás la mejor, solo por el hecho de ser mujer.
Brittney Griner
Brittney Griner nació en Houston, en 1990, 35 años después que Lusia Harris.
Con sus 2,06 y una facilidad brutal para jugar al básquet, es probable que Griner sea la jugadora más dominante que se haya visto. La primera en hacer mates de forma habitual. Ganadora de la WNBA, los JJOO, la NCAA y la Euroliga. Ha sido máxima anotadora y taponadora de toda competición que haya pisado. Su palmarés individual es infinito. Y cuenta con una estadística que, creo, habla por sí sola: en una temporada con la Universidad de Baylor, ella sola puso más tapones que ningún otro equipo de la NCAA. Ningún otro equipo.
Los 35 años que pasaron entre el nacimiento de Lusia Harris y el de Brittney Griner explican muchas cosas. Cómo, mientras una tuvo que dejar de ver básquet en la tele con 24 años por pura nostalgia, la otra sigue viviendo de él, a los 32. Cómo Lusia estuvo condenada al silencio total y a no hablar muy alto, mientras que Griner se ha declarado lesbiana hace años y ha ejercido de voz de la causa del #BlackLivesMatter. Cómo a Lusia Harris no se la reconocía ni en su casa, a la vez que Brittney Griner es modelo para muchos y muchas que vienen por detrás.
Y sin embargo.
Y sin embargo, pese a los 35 años que han pasado, como muchas otras estrellas de básquet estadounidense, Brittney Griner sigue teniendo que hacer temporadas en Europa para compensar lo que gana en la WNBA. Una liga cuyo salario máximo, hasta 2020, no pasaba de los 125 000 dólares —frente al millón de dólares de salario mínimo de la NBA—. Y, sin embargo, pese a llevar desde el 17 de febrero presa en Rusia, su caso sigue escapándose como si nada, como una rama de árbol río abajo. En silencio. Otra vez, por el simple hecho de ser mujer.
Don’t be like Stefanos
Hace unos días, al tenista Stefanos Tsitsipas le cuestionaron acerca de si las mujeres deberían recibir el mismo premio en metálico por ganar un Grand Slam que los hombres. Su respuesta fue algo así como que “quizás deberían jugar cinco sets, como nosotros”.
Las declaraciones de Tsitsipas son más extensas y un poco menos cuñadas de lo que parecen, pero dejan ver una línea de pensamiento que siempre ha estado ahí, como forma de justificar las desigualdades estructurales. Llámese poner la responsabilidad de la opresión sobre el oprimido, llámese exigir méritos para recibir un trato igualitario.
A principios del siglo XX, las mujeres no podían jugar al baloncesto porque, explicaba de aquella el Tsitsipas de turno, no estaban hechas para ello. Cuando Lusia Harris y otras demostraron lo contrario, el siguiente Tsitsipas afirmó que muy bien, pero que lo de pedir una liga profesional no era viable. Cuando, pese a gente como él, esa competición profesional vio la luz y mujeres como Brittney Griner empezaron vivir de su talento, Tsitsipas dijo que fantástico, pero que tampoco podían pretender cobrar lo mismo que un hombre. No, explicaron, porque las audiencias son mucho mayores, porque solo juegan equis partidos, porque bla, bla, bla.
El horizonte
Las historias de Harris y Griner, las declaraciones de Tsitsipas, dan para varias reflexiones. Para hablar de ese argumento, tan habitual como falto de sentido, que es exigir un mayor mérito —mayores audiencias, mejor juego, más kilómetros, más sets— como pasaporte para la igualdad. Y digo falto de sentido, porque esto, en todo caso, sería al revés. Si el baloncesto de la época de Brittney Griner ha llegado a un nivel de vida mucho más decente que el de Lusia Harris no es por habérselo ganado en la pista, sino porque esa brecha en la desigualdad estructural entre hombres y mujeres, no solo en el deporte, se ha ido cerrando por pura presión. Porque eso ha significado más recursos, más inversión, mejores entrenos, mayores cuidados y más profesionalización. Y, por ende, ahí sí, más nivel.
Otro apunte es que ante cualquier demanda de igualdad, como la que consiguió que se pague la misma cantidad en premios en los Grand Slams femeninos que en los masculinos, caben dos posturas. Una es la del Tsitsipas de turno, que es doblemente fascinante. Fascinante, porque siempre creen que la lucha por la igualdad, el progreso y todo eso, han estado muy bien, pero justo hasta un punto exacto: el que ellos dicen y en el que ellos viven. Y fascinante, también, porque es poner palos a una rueda que, pese a todo y pese a ellos, así lo demuestran Lusia y Griner, va a seguir girando.
Quizás, sea mejor acercarse a esta batalla parafraseando (creo que) a Eduardo Galeano cuando hablaba de la utopía. Ver que la igualdad es un horizonte hacia el que uno avanza y que parece que siempre se aleja; y que cuando uno sigue avanzando, el horizonte de la igualdad se sigue alejando para nunca alcanzarlo; pero que sirve precisamente para eso, para avanzar.
El silencio que hundió a Lusia Harris no es tan atronador como el que rodea ahora a Brittney Griner. Pero el horizonte sigue ahí, alejándose a cuanto más se avanza. En la WNBA, a raíz de su retención en Rusia, ya están exigiendo mayores salarios que no obliguen a nadie a emigrar fuera de EEUU. La rueda, da igual los palos que se le pongan, va a seguir girando.