Tadej Pogačar retuerce las palabras
Ganar y perder significan algo diferente cuando Pogi sale a correr
“La escritura y la literatura están para retorcer la realidad”, o eso es lo que cree mi amigo Paulo García Conde. La frase es de una entrada de su newsletter, Ya es viernes, en la que Paulo contaba que ambas —la escritura, la literatura— estarían ahí “para plasmar todo aquello que somos a cada momento, para retratar lo que muchas veces no nos atrevemos a mirar a través de unas gafas siempre necesarias”.
La palabra escrita, pues, como una especie de legado que se pasa a través de años y generaciones. Que apunta al futuro para dejar un sello, una historia, una explicación. Con un método: el de retorcer la realidad para hacerla comprensible.
No puedo estar más de acuerdo, pero me pregunto: ¿es la literatura la única disciplina que plasma, que cuenta, que deja constancia de aquello que somos a cada momento? Pienso que no. Y creo que el deporte, o quizás algunos deportistas, o quizás, qué coño, solo Tadej Pogačar, operan con su legado de una manera similar a la literatura. O puede que no de una forma similar, sino totalmente opuesta, pero sí a través de las mismas coordenadas.
Porque más allá de cualquier hito, de cualquiera de sus barrabasadas habituales, de su inicio fulgurante y violento en esta temporada 2023, creo que no hay nada que hable de la grandeza del ciclista esloveno, de una historia que apunta a perdurar décadas, como su capacidad para invertir el significado de ciertos términos. Con Tadej Pogačar, en vez de que sea la palabra la que retuerce la realidad, sucede al revés: él es el que retuerce las palabras.
Pogi, en resumen, ha cambiado el significado de ganar y perder en el ciclismo, ¿y qué mayor triunfo hay que ese?
El año de la bestia
Entrando en quinta a las curvas, derrapando y sonriendo a la cámara con mueca de, bah, bueno, fácil: ese ha sido el inicio de 2023 para Pogačar. El del UAE se ha llevado la Jaén Paraíso Interior, tres etapas y general en la Vuelta a Andalucía, tres etapas y general la París-Niza. El sábado pasado, hizo cuarto en Milán-San Remo. Carreras muy diferentes entre todas ellas, tanto como las que correrá de aquí a final de año: Flandes, Ardenas, Tour de Francia, el Mundial. Como resaltaba Marcos Pereda en El Confidencial, ahí está parte de la grandeza de este tipo. En que “Vingegaard tiene sus rivales en julio, Van der Poel tiene sus rivales en abril, los italianos tienen sus rivales en octubre... y Pogačar aparece en todos esos sitios. Y lo hace para ganar. Eso es lo maravilloso, eso es el milagro. No lo olviden.”
Yo le sumo que en todos esos terrenos lo hace, además, arrasando, sin dejar ni las migas, en modo caníbal, mercxiano, marciano. Y lo mejor: en cada victoria, en cada derrota, deja una nota a pie de página que explica que lo raro, lo excepcional, es que no gane.
Soy un poco neófito en esto del ciclismo, pero uno de los rasgos más llamativos de este deporte, para mí, es lo que valen y lo que cuestan las victorias, lo mucho que significan. Un triunfo puede dar sentido no a una temporada, sino a una carrera deportiva. Una etapa en el Tour de Francia le entrega la eternidad a un gregario, a un corredor de segunda fila, a uno de esos que pasan su carrera en 20.000 kilómetros de fugas que no van a ningún lado. Una victoria en la París-Roubaix, en el Tour de Flandes, te convierte en un clasicómano para la posteridad. Fuera de los sprinters, hay toda una lista de ciclistas que son buenos, buenísimos, y que se pasan años buscando un triunfo. Enric Mas, Mikel Landa, Ane Santesteban, Mavi García. Primeras o segundas espadas a las que, sin embargo, les cuesta eso. La guinda, el último toque, el remate. Ganar.
Porque ganar, en el ciclismo, cuenta casi que con un halo sagrado, una connotación diferente, más exclusiva que en otros deportes. Y no ganar, a su vez, es lo normal, el día a día para cualquiera, para la mayoría, para los 175 que llegan más tarde que el primero.
Salvo para Pogačar.
Porque él, hace menos de una semana, quedó cuarto en la Milán-San Remo y lo que sería un recuerdo imborrable para casi cualquiera sonaba a fracaso, a frustración. Porque él, este año, ha salido 14 días a la carretera y en siete ha llegado el primero. Porque él, como decía Marcos Pereda, solo tiene por delante objetivos por cumplir, carreras que ganar. Porque él ha corrompido lo sagrado para convertirlo en algo rutinario, del día a día. Ha cambiado, en definitiva, el significado de las palabras ganar y perder.
Inventar nuevas palabras para ganar y para perder
Y ya que estoy hoy por citar, acabo con Primo Levi y Si esto es un hombre. Un libro magnífico, espeluznante, duro, crudo, obligatorio. El retrato del año que Levi, judío e italiano, pasó en el Lager de Auschwitz tras ser apresado por las milicias fascistas de la República de Saló en 1944. Ahí, en una de sus muchas descripciones que son historia de la literatura, dice:
Del mismo modo que nuestra hambre no es la sensación de quien ha perdido una comida, así nuestro modo de tener frío exigiría un nombre particular. Decimos “hambre”, decimos “cansancio”, “miedo” y “dolor”, decimos “invierno”, y son otras cosas. Son palabras libres, creadas y empleadas por hombres libres que vivían, gozando y sufriendo, en sus casas. Si el Lager hubiese durado más, un nuevo lenguaje áspero habría nacido; y se siente necesidad de él para explicar lo que es trabajar todo el día al viento, bajo cero, no llevando encima más que la camisa, los calzoncillos, la chaqueta y unos calzones de tela, y, en el cuerpo, debilidad y hambre y conciencia del fin que se acerca.
Primo Levi, como explicaba Paulo, retorció mediante la literatura una realidad que, pensó, nunca nadie iba a creer. Dejó un legado crucial para los que llegaban después. Y sabía, también, que esa misma realidad había operado en sentido inverso: con una capacidad brutal para retorcer el significado de las palabras.
Tadej Pogačar, por retornar a un tema más liviano, también ha cambiado el sentido de dos palabras: ganar y perder. Él solo ha necesitado, solo necesita, una cuesta, un puerto, un sprint, unos adoquines, una pista de tierra y la ambición de quererlo todo, aquí, ahora, primero que nadie y por delante de todos. Y la excepcionalidad, claro, de poder cumplir sus ambiciones.
Si las palabras son parte de nuestro legado, las suyas, retorcidas, trazadas con cada chepazo que pega subido a la bici, puede que cuenten algún día que no hubo nadie como él.