Se ha quedado buena semana para confirmarlo: el ciclismo es un deporte maravilloso.
Las razones son muchas, pero esa naturaleza es la primera. Tras las caídas llegan resurrecciones, la monotonía da paso a instantes de épica. Los golpes y las agonías más duras, a veces, son el preámbulo a momentos de belleza. Hasta el más fuerte cae. El relato se construye solo, y es como si el ciclismo siempre encajase para hacer metáforas con la vida.
Está, también, ese eterno antagonismo entre tradición y modernidad. Que si el tocino de Bartali contra la dieta estricta de Coppi, que si Hinault contra Fignon. Que si Pogacar y su despreocupación juvenil contra la maquinaria del Jumbo-Visma. El frenesí de la locura contra el rodillo de los vatios.
Y, por último, la guinda: el peso del carisma. Porque no hay ningún otro deporte en el que el cómo y el quién tengan más importancia que el qué. Sobre la bici importa la simpatía, las personalidades magnéticas, el tener gancho. El transmitir con lo que se hace. Un segundo puesto puede resultar tan anodino como glorioso un duodécimo.
Por todo ello mola tanto el ciclismo. Por todo ello mola pasarse 21 tardes de un julio soleado ante la televisión. Por todo ello era imposible que no molase Enric M… digo Annemiek van Vleuten. Porque ella, ciclista del Movistar Team, reciente campeona del Giro Donne, dominadora del panorama mundial femenino, sobre cuya historia me apetecía escribir, es una parte que explica este todo.
El carisma
Es de suponer que el carisma brota con más facilidad en historias curiosas, lejos de vidas calculadas, de esas que marchan siempre rectas rectitas sin salirse de la senda. Es el caso de Annemiek van Vleuten, que con 24 años era otra estudiante universitaria más en Wageningen, Países Bajos. Que se pegaba sus fiestas. Que estaba un poco pasada de peso por no cuidarse demasiado. Y que a la bici, pues sí, le hacía algo de caso. Para salir a desconectar. Para pasear un poco con su club de barrio, el WV Ede.
Era una historia carne de no ser historia hasta que, cosas de la vida, ella y todos se dieron cuenta de que lo del ciclismo se le daba demasiado bien. Que en aquel club amateur andaba más que nadie, hombre o mujer. Le comentaron de hacer unos test de rendimiento y voilá: tenía baremos a la altura de las mejores profesionales. Empezó ahí el curioso relato de Annemiek.
Debutó en el verano de 2007. Tenía 25 años, un trabajo de 40 horas y compartía piso con sus colegas de la universidad. Hizo un meritorio 40º puesto en su primera carrera, en los nacionales de ruta de Países Bajos, país por excelencia del ciclismo femenino. Un mes después un 30º en una clásica. A los días, un 15º en los nacionales de contrarreloj. Y ya de cara a 2008, Annemiek logró fichar por su primer equipo del circuito profesional.
A partir de ahí, su carrera semeja aquel triple salto de Yulimar Rojas en Tokio 2020 para batir el récord del mundo: pum, primer bote que parece bueno; pum, el segundo que suaviza un poco las expectativas; pum, el tercero que rompe todos los esquemas.
Tras pasar varias operaciones en la arteria de su pierna y el duelo por la muerte de su padre, van Vleuten dejó el trabajo 2010, dos años después de haber empezado a competir. Ya había rebajado su jornada laboral para centrarse en la bici, pero ahora buscaba la dedicación absoluta. Llegaron las primeras victorias. En Países Bajos, en la República Checa, en Euskadi. Su primer monumento, el Tour de Flandes, cayó en 2011. Y ascendió así a gregaria de lujo para las tres superestrellas mundiales del Rabobank: Marianne Vos, Anna van der Breggen y Pauline Ferrand Prévot.
Su cuento era ya de traca: cinco años atrás era una universitaria más a punto de salir al mercado laboral; ahora ganaba sus carreras, se había convertido en una rodadora consumada, era un peón básico para la mejor ciclista del mundo, Marianne Vos. Era, qué coño, profesional.
Pero Annemiek debe tener su punto inconformista.
En el Rabobank le dieron a entender que aquel era su techo, que poco más tenía que mejorar. Que lo de escalar, condición de posibilidad para codearse con las más grandes, ya no era para ella.
Pero Annemiek no hizo demasiado caso.
En 2015 se cambió de equipo. En 2016 fichó por el Orica australiano. Y justo ese verano se celebraron los JJOO de Río 2016, a los que acudió con la selección de Países Bajos. Para ayudar, se suponía, a Marianne Vos y Anne van der Breggen.
Pero Annemiek modificó el plan un pelín.
Río 2016
Fueron las imágenes más virales de su carrera. Fugada en la bajada de Vista Chinesa, a toda velocidad, rumbo a la meta en Copacabana. Ella, una contrarrelojista supuestamente sin aptitudes para la escalada, se había escapado en un puerto y marchaba en solitario hacia la medalla de oro olímpica. Solo que el ciclismo, ya se sabe, es literatura: se pegó un piñazo de impresión en una curva, quedó inmóvil en el bordillo de la carretera, inconsciente. Adiós oro. Parecía que adiós todo.
Solo que no. Para sorpresa de propios y extraños, estaba entrenando a los diez días. Las secuelas de Río estaban ahí, pero también un aprendizaje: podía escalar al nivel de las mejores. Y escaló hasta el cielo. Annemiek van Vleuten se presentó en Río 2016 con 32 años y 31 victorias en su palmarés. Desde entonces ha sumado 61 más y ha triunfado en casi todas las carreras de prestigio, una tras otra. Se convirtió, ahí es nada, en la mejor del mundo junto a su excompañera Anna van der Breggen.
Y lo más importante, otra vez, está en el cómo.
El Mundial de 2019 lo ganó con un ataque a 105 kilómetros… en una prueba de 145. Strade Bianche, un nuevo Tour de Flandes, Lieja-Bastoña-Lieja, Omloop, tres Giros… Annemiek se ha impuesto en todos ellos con ataques lejanos. O lejanísimos. O simplemente locos.
Quizás, nada la define como algo que ha sucedido en este último Giro: cuando la televisión conectó con la cuarta etapa, Annemiek ya llevaba tiempo escapada. Ese día marchaba con Marta Cavalli y Mavi García, pero siempre marcha lejos del pelotón. Su presencia es valor seguro para que una carrera merezca la pena. El tocino de Bartali, las vendettas de Hinault, la valentía de Fuente, esas historias añejas que tan bien narran los Carlos Arribas, Ander Izaguirre y Marcos Pereda reviven con ella por unas horas.
Hace unos días, en una entrevista para El País, van Vleuten explicaba que la dialéctica entre épica y cálculo también tuvo lugar en su interior. Porque algún día corrió mirando los vatios, el GPS, el rendimiento por kilo. Ya no. Ahora disfruta de salir al ataque, no mirar atrás, honrar a la épica. Y cuando entrena, nada de disciplinas sofocantes. “Ahora me gusta parar, tomarme un café, vaciar la mente y no pensar en nada durante unos minutos.”
Carisma, le llaman. E igual que enganchan sus carreras, engancha también el verla sonriendo, gane o pierda, al cruzar la meta. Que si regalos a sus compañeras y a todo el staff después de ganar, que si buenas palabras para todo cristo, que si qué maja es.
El fichaje por el Movistar
El Movistar, dios los bendiga, es como una especie de saco de boxeo que siempre está ahí para que le aticemos. Labor encomiable la suya. Pero hay decisiones que aplaudir, y una de ellas es el fichaje de Annemiek van Vleuten en 2021.
Lo hicieron en un momento en el que el auge del deporte femenino era ya imparable. Atrayendo a una Annemiek van Vleuten de 37 años que todavía ha llegado a su pico de rendimiento esta temporada, a las puertas de los 40 y tras la retirada de Anna van der Breggen. A razón de 250.000 euros por temporada y con una presencia mediática notable. Y la apuesta no ha podido salir mejor. En temporada y media ya ha ganado de todo: Tour de Flandes, Omloop, oro olímpico en contrarreloj y plata en ruta, Klasika San Sebastián, Tour de Noruega, Vuelta, Giro, etcétera, etcétera.
La suya, creo, puede ser una de esas historias que expliquen muchas otras dentro de 15, 20, 30 años. La medalla de plata de España en Los Ángeles 84 fue la pista de despegue para los Juniors de Oro, Vero Boquete fue la referencia de la actual generación de futbolistas españolas, candidatas a la Eurocopa. Y si en el ciclismo femenino en España las Dori Ruano o Joane Somarriba fueron hace años pioneras con el viento en contra, Annemiek Van Vleuten —junto con Ane Santesteban, o Mavi García, tercera en el pasado Giro— puede ser la bisagra. El antes y el después, tras la que el aire entrará, con suerte, a favor.
Retirada
Ha anunciado Annemiek que la del 2023 será su última temporada. Ya no tiene mucho más que mejorar, y ese ha sido el motor que la ha movido desde que era una universitaria con tendencias nocturnas. Antes, en este 2022, tiene ante sí su gran reto: ganar Giro, Tour —que comienza este 24 de julio tras 13 años de ausencia— y Vuelta en la misma temporada.
Lo cumpla o no, vaya como se vaya Annemiek van Vleuten, quedarán el carisma, las historias, la épica y el mito. Quedará, pues, todo eso que nos hace pasar tardes soleadas de julio enfrente de la tele.