En la vida hay que saber despedirse, también tener la suerte de poder hacerlo. Es importante pasar página, cerrarla, irse a dormir tranquilo, tranquila, sabiendo que no nos hemos quedado a medio capítulo.
Solo que despedirse no es fácil, y los hay que lo hacen como Peter Sagan. Tarde, tardísimo. Que aguantan y aguantan pasado el momento oportuno para hacerlo y luego, nada, nos dejan con el lamento de que esto, el adiós, debería haber tenido lugar hace mucho. Si ya muchos se olvidaron de que andabas por aquí, Peter. De que seguía sin despedirse el que ganó en Roubaix, en Flandes, en tres mundiales, en tantas y tantas ocasiones. En aquel mágico canto del cisne en Italia hace tres años, con música de fondo de Franco Battiato.
¿Por qué tan tarde, Peter? ¿Por qué no en el momento justo? ¿Por qué no como Annemiek van Vleuten, que dijo adiós, ahí, justo ahí, cuando todo empezaba a decaer y, sin embargo, su grandeza era todavía demasiada como para obviarla? Si las despedidas son un arte, Annemiek lo dominó como hacía con sus rivales: no se fue el año pasado, cuando lo ganó todo, dejándonos con la duda de dónde estaría su fin, de hasta dónde podría haber llegado. No. Lo hizo este, después de ceder el trono a Demi Vollering. Después de insinuar que había dejado de ser invencible, de que ya era vulnerable, pero justo antes de que se emborronase su recuerdo de diosa.
Y, pese a todo, no superó Annemiek a Thibaut Pinot, que partió rodeado de los suyos y lejos de su casa, con el honor y el carisma con el que solo pueden despedirse los perdedores. Dice Marcos Pereda que ganar es de horteras, y Pinot tenía demasiada clase como para convertirse en el primer francés en no sé cuántos años en ganar el Tour. Se convirtió, mejor para todos, en uno de esos podría-haber-sido-pero-no-fue.
Se despidió sin despedirse el suizo Gino Mäder en el Tour de Suiza, porque así de macabra es la vida a veces, despeñado el ciclista por las laderas del Albulapass hasta un charco de agua y de ahí a un hospital desde el que, un día después, se comunicó su fallecimiento. Y me imagino que Gino, 26 años, dejó a muchos, a tantos, pensando en cuál fue su despedida, siquiera si hubo algo que se le pareciese. Si su historia quedó al menos cerrada o pasará a ser uno de esos capítulos abiertos que, de paso, abren una herida. Porque, otra vez, despedirse es preciso.
Y se despidió el año pasado Alejandro Valverde, pero él no es que no pueda despedirse, sino que no sabe, y es como ese típico amigo que se va una noche y te lo vuelves a encontrar dos, tres, cuatro horas después. ¿Pero tú, chico, no te habías ido? Sí, pero es que, ya sabes, me lío, la noche, no sé, me pierdo. A Valverde lo que le pierde es la bici y, después de un año supuestamente jubilado, regresó el fin de semana para quedar cuarto en un Mundial de gravel por delante, yo qué sé, de un tal Wout Van Aert.
También se despidió su excompañero de tantas tardes, Imanol Erviti. Lo hizo con elegancia, con lo que siempre ha tenido, y sin buscar mucho casito. Hasta el pódcast al que le dio la exclusiva de su retirada (sin querer) le respetó sus tiempos, fíjate si es elegante, el Imanol, que obliga a los demás a serlo. Su adiós fue una extensión de sus 19 años en la carretera: sin dar una palabra más alta que la otra, siendo la quintaesencia del gregario, con un regusto amargo como la etapa que casi gana del Tour hace no tanto. La suya, seguro, será una de esas despedidas que no hacen ruido ahora, sino más tarde. Porque como a Erviti, a muchos, admirables ellos, se les nota más en sus ausencias que en sus presencias.
Y, así, en general, ha sido una semana de despedidas esta de Il Lombardía, la clásica de las hojas muertas, nombre que le viene ni pintado al tema. Porque también se despidió Roglic de Jumbo, y Luís León Sánchez del profesionalismo, y las bicis de la carretera hasta 2024 —aunque todavía quedan el Tour de Turquía, y el Tour de Guangxi, pero a quién coño le importan el Tour de Turquía y el Tour de Guangxi.
Por suerte, el ciclismo es un ciclo, en ese sentido y también en el otro, y siempre vuelve porque nunca se marcha del todo, como Valverde pero al revés que Gino, con la elegancia de Erviti, en su punto justo para no cansar como Annemiek, lleno de historias que no pudieron ser como la de Pinot y también de las que fueron pero ya no nunca lo serán más como la de Sagan.
Han caído, pues, las hojas de 2023, y antes de que empiecen a crecer las nuevas ya estaremos de vuelta. Mientras, habrá que entretenerse con otro deporte que, sin duda, será mucho peor. Y es que se prestará mucho menos para que los que llegamos con ganas de escribir de despedidas podamos colarnos en una newsletter sobre deporte.