Uy, usted perdone, se me ha escapado el machismo
Pues cómprese un poco de corrección política, coño
Oscar Wilde decía que si le das una máscara a una persona, esta te dirá la verdad. Pues durante la última semana, por motivos desconocidos, algunos en el mundo del deporte debieron pensar que llevaban una máscara puesta y haciendo buena la frase de Wilde, venga, se pusieron a expresar y a hacer lo que realmente piensan. Como si nada, a tumba abierta.
El problema, claro, es que no llevaban máscara alguna. Y la cosa, pues bueno, les salió así asá.
Los protagonistas fueron tres. Los directivos de la RFEF al cargo de la Supercopa de fútbol femenina. El entrenador del Barça de fútbol masculino, Xavi Hernández, y por extensión su jefe de comunicación. Y, sorpresa entre las sorpresas, la franquicia de Las Vegas Aces de una liga tan modélica como la WNBA.
La franqueza que entre unos y otros nos confesaron es que en el deporte, en el de aquí y en el de más allá, no podemos prescindir de algo tan básico como la corrección política.
¿Medallas? ¿Qué medallas? ¿Mujeres? ¿Qué mujeres, las saudís?
Vamos a comentar estos tres casos en cascada, del menos al más sorprendente. Por lo que el primer puesto es, clarines y timbales, no me lo puedo creer, sorpresa en Las Gaunas, para la RFEF, la Federación Española de Fútbol. El pulcro, concienciadérrimo, ejemplarísimo organismo presidido por Luis Rubiales.
La escena tuvo lugar el pasado domingo 22 de enero, en la entrega de premios de la Supercopa de España de fútbol femenino. El Barça se acababa de imponer (0-3) a la Real Sociedad y ahí, en el instante en el que las jugadoras culés acudieron a recoger sus medallas, resultó que no había miembro alguno de la Federación para entregárselas. Nadie, ni Blas. Se las pusieron ellas, y a otra cosa.
La imagen quedó como una contraposición perfecta a la pomposidad del acto de una semana antes, en el que el propio Rubiales entregó en Arabia Saudí las medallas de la Supercopa masculina, rodeado de jerarcas árabes.
Sorpresón, ¿no? Porque quién iba a pensar que a la RFEF y a sus dirigentes se la trae al pairo el fútbol femenino, con todo lo que se empeñan en vender, a través de medios nada cómplices, que organizar la Supercopa masculina en Arabia Saudí va en favor de las mujeres saudís. Con lo que defienden a Jorge Vilda en su puesto de seleccionador femenino, pese a que 18 jugadoras han renunciado a la selección por no seguir bajo su mando —jugadoras que representa la mejor generación del fútbol femenino español y que, este verano, estarían disputando el Mundial—.
¿Quién iba a pensar algo así de Luis Rubiales y compañía?
¿Dani? ¿Qué Dani? ¿Mi colega Dani?
Más sorprendente, quizás, fue el caso de Xavi Hernández. Ya se sabe: esas primeras declaraciones en las que, después de que Dani Alves fuese acusado de violación, el técnico blaugrana afirmase que “le sabía mal por Dani”.
La sorpresa aquí ya no viene por él, que, en fin, yo qué sé. Que si fan del sistema catarí, que si tal y cual, que si puede quedar como una metedura (gorda) de pata. Mi pasmo va más bien porque dentro del organigrama de un club como el Barça —pionero en la profesionalización del fútbol femenino, entre otras cosas—, nadie advirtiese que quizás había que preparar detallitos sin importancia como la respuesta del club al caso Alves. Un suceso por el que, parecía evidente, iban a acabar por cuestionar a Xavi en rueda de prensa.
Por supuesto, a los días, visto el revuelo, el entrenador del Barcelona salió y pidió perdón. Pero ahí quedó la anécdota, otra más en la semana en la que el mundo del deporte pareció olvidarse de la imagen que transmitía.
¿Embarazada? ¿Tú? Pues ahí tienes la puerta
Pero mi asombro solo fue en aumento cuando, a los días, di con una polémica más llamativa, por sorpresiva, que las dos anteriores: el del traspaso de Dearica Hamby por parte de Las Vegas Aces de la WNBA.
Y, aquí, un poco de contexto: quizás no haya ninguna liga profesional femenina tan ejemplar como la WNBA. Por su lucha por unos sueldos dignos, por la influencia social de sus jugadoras y su concienciación en temas LGTBI+, por el apoyo mutuo entre todas las mujeres que conforman la liga. Por todo.
Además, dentro de la propia liga, podría decirse que Las Vegas Aces son algo así como una franquicia modélica. Recientes campeonas, con una presidenta al cargo —Nikki Caldwell— y con una entrenadora, Becky Hammon, que después de sonar durante años para dirigir a una franquicia NBA, cogió las riendas de las Aces por un sueldo nunca visto en la liga: un millón de dólares por temporada. En su primer año, primer anillo para las Aces.
Sin embargo, las alarmas saltaron esta semana en Las Vegas cuando se supo que las Aces habían traspasado a Los Angeles Sparks a Dearica Hamby —mejor sexta jugadora en la WNBA en 2019 y 2020, pieza fundamental en el anillo y una de las figuras de la liga— por Amanda Zahui B, una jugadora de nivel netamente inferior.
El traspaso, en definitiva, no tenía mucha explicación. O no, al menos, estrictamente deportiva. Porque el único motivo que se ha esgrimido hasta ahora para el traspaso ha sido publicado por la propia Dearica Hamby en su cuenta de Instagram, y es que la jugadora está embarazada. Hamby afirma que, por ello —pese a que dijo que iba a estar en las pistas una vez comenzara la temporada, pese a que las franquicias WNBA cuentan con cláusulas para fichar una jugadora extra por la maternidad de una de sus miembros— la habían mandado lejos de Las Vegas.
En el post habla de sentirse traicionada. De un equipo que la puso en el disparadero porque “no había cumplido con su parte” del acuerdo al quedarse embarazada después de haber firmado una renovación. De que, desde la franquicia, no se creían que fuese a estar lista para la temporada y que necesitaban “cuerpos” para poder competir.
A jueves 26, el sindicato de jugadoras ya está investigando el caso y la franquicia todavía no ha dado una respuesta oficial, lo cual es sintomático.
La corrección política
En mi opinión, lo que muestran estos tres casos es la necesidad de un elemento muy denigrado últimamente: la corrección política. La antítesis de ponerse una máscara para poder soltar la verdad.
(Y por eso de comprobar lo de denigrado, os invito a leer las diez primeras páginas que salen en Google News al buscar este término. Es maravilloso, y veréis con todo lo que supuestamente ha acabado, o ha torturado, o ha imposibilitado la corrección política. El humor, la música, la buena literatura, el suspense, la historia, la creación e incluso Homero, el griego, han sido víctimas de la malvada corrección política.)
Creo, sin embargo, que este concepto tiene más de positivo que de negativo. Sin ir más lejos, cuando escribí Coast to Coast —ejem, un poco spam con mi libro, ejem, podéis comprarlo aquí, ejem—, en un principio iban a ser poquísimas las historias sobre baloncesto femenino que iban a entrar en él. Básicamente, porque no tenía ni idea. Pero quizás por corrección política, por sentir que iba a quedar retratado, me busqué un poco la vida, me formé más en básquet femenino, y acabé por incluir bastantes historias de ese ámbito. Porque para contar un país, había que contar con todo el país. Y el libro, o eso me parece, fue mejor gracias a ello.
Esta semana, la RFEF, Xavi y el Barça, y Las Vegas Aces han dado un buen ejemplo de lo que sucedería si nos dejáramos siempre la corrección política en casa. Porque puede que esta no tenga la capacidad de cambiar lo que, en el fondo, todos ellos piensan. Pero sí, al menos, permite que no sean los Rubiales de turno los que marquen los estándares de lo que es aceptable en una sociedad. Y eso, creo, sí puede mejorar a los que vengan después de ellos.
Lo explicó perfectamente Daniel Gascón en uno de los poquísimos artículos que encontré en Google News que no era un ataque directo a la corrección política: “[Esta] señala lo que una sociedad considera aceptable en una conversación civilizada. Espera también cambiar las cosas, como una teoría de las ventanas rotas aplicada al lenguaje, y en ese sentido, con todos sus fallos, quizá sea más eficaz de lo que reconocen sus críticos”.